(Material recuperado de la versión anterior del portal de noticias que por un problema técnico se borraron del sitio)
Solo fue un intento de denuncia mediática contra su ex jefe, que se ni siquiera fue avalada por el Jusgado.
En la Justicia el nombre q si esta como mano derecha, es el de Dario Lagrilla, un desconocido para el entorne del entonces Jefe de Gabinete.
Nunca se menciono a Diego Gonzalez Alazard
De mentiras y desmentidas
En una nueva declaración testimonial, el propio Martín Lanatta desvinculó a Diego González de las acusaciones que contra él habían lanzado en septiembre el narcotraficante Mario Segovia y el diario Clarín. En los medios locales, aquella noticia obtuvo amplia difusión. Como suele suceder, su desmentida no logré igual cobertura.
Que una denuncia impacta mucho más que su posterior desmentida tanto en la opinión pública como en páginas y micrófonos es una verdad de Perogrullo. Pero nunca como en 2016 hubo ocasión de comprobarlo en nuestro distrito. Lo advirtió el intendente Hugo Corvatta ante las denuncias públicas por la presencia de maquinarias de Jarem SA en un edificio municipal, y se confirma nuevamente para otro caso.
Como nuestros lectores recordarán, hace algunas semanas trascendieron en nuestra ciudad, a través de algunos medios que las reprodujeron íntegras, las acusaciones lanzadas por el diario Clarín hacia Diego González, en medio de la ofensiva declarada del monopolio mediático hacia el histórico jefe del piguense, Anibal Fernández.
La nota del matutino no se encontraba disponible en la web cuando este diario digital intentó consultarla nuevamente, pero los recortes de los medios locales permiten reconstruir las acusaciones contra González. Fue el 11 de septiembre de este año, cuando el autodenominado «Gran diario argentino» dio tribuna al condenado «rey de la efedrina» Mario Segovia, que afirmó que «en 2008, cuando fui al ministerio de Justicia – Fernández era el ministro- tomé contacto con Diego González.
El me entregó un papel, sobre el cual yo estoy pidiendo que hagan pericias caligráficas. Ahí lo vi a Aníbal. Pero no puedo dar mas detalles ahora.
A renglón seguido, y consultado sobre quién era el González a que aludía, el criminal indicaba que el pigüense «era la voz y mano derecha de Aníbal. El escribió y me dio la hoja con las indicaciones y las tarifas para conseguir la portación de armas (ya están en el juzgado y Clarín las anticipó en exclusiva el domingo pasado). El articulaba con Aduana, Ezeiza, ANMAT, PSA, Renar y Sedronar». Curiosamente, Segovia menciona luego a otro funcionario supuestamente involucrado, pero
Clarín se reservó el nombre «para no entorpecer la investigación». Un beneficio que no corrió para González.
Pero aquí se suma el nuevo dato. En los últimos días, se presentó nuevamente ante la Justicia el condenado homicida Martín Lanatta, entrevistado estrella del showman homónimo.
La audiencia de declaración había sido solicitada a la jueza
María Servini de Cubría por el propio testigo, que provocó – según las crónicas judiciales- el enojo de la magistrada al solicitar luego más tiempo para hacerlo.
Pero he aquí que Lanatta, entre los pocos elementos nuevos que aportó a una audiencia de escasos minutos, contradijo a Segovia en lo relativo al supuesto manuscrito escrito por el pigüense González. «Esa letra es mía», dijo cuando le mostraron la carta que Segovia había atribuido a un ex secretario de Aníbal Fernández.
La desmentida no tuvo aún en los medios locales el mismo espacio que tuvo la denuncia, basada en dichos de un condenado por delitos graves y reproducida del diario Clarín, en «periodismo de guerra» según confesó este año uno de sus principales editores.
Cuando por septiembre el tema era eje de comentarios y especulaciones, este medio llamó a la prudencia desde la praxis periodística y en consideración de lo que la práctica de las denuncias gratuitas podían generar entre vecinos de pequeñas ciudades, como la nuestra. Algo similar hicieron, desde la política y la cercanía directa con el funcionario aludido, el intendente Hugo Corvatta y el propio Aníbal Fernández. La incógnita de entonces sigue en pie: ¿quién y cómo devolverá a González la tranquilidad que le fue quitada cuando gratuitamente se manchó su nombre?
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