(Material recuperado de la versión anterior del portal de noticias que por un problema técnico se borraron del sitio)
El nombre del pigüense había aparecido en declaraciones que Clarín adjudicó al contrabandista, preso desde 2008. Sin embargo, Segovia no lo mencionó en una testimonial que ofreció a la Justicia días antes de la publicación de la nota periodística.
Corrían los primeros días de septiembre de 2016 cuando el diario Clarín atribuyó al condenado contrabandista Mario Segovia una serie de declaraciones que daban cuenta de un entramado criminal que tendría por jefe al ex ministro y legislador Aníbal Fernández. Entre los nombres incluidos en la presunta entrevista de Clarín con Segovia aparecía el del pigüense Diego González, colaborador del quilmeño por más de una década.
Los medios de la ciudad y la región no tardaron en recoger la noticia, dando por ciertas las informaciones que un traficante condenado habría hecho a un medio de reconocido encono contra Fernández.
Pero, a diferencia de lo publicado por Clarín y repetido por tantos espacios locales, Segovia no incriminó ni mencionó a González en la declaración testimonial que prestó ante la Justicia días antes de que se publicase la nota periodística.
El documento, al que pudo acceder este medio, está fechado el 31 de agosto de 2016. Segovia ofrece en él su testimonio sin obligación de decir verdad, dado que se encuentra procesado por delitos conexos a los investigados.
En la declaración, comienza advirtiendo que no pudo preparar la exposición. Sin embargo, ofrece detalles específicos de varios incriminados, indicando números telefónicos, lugares, firmas o montos pagados o cobrados. Pero sus afirmaciones se vuelven vagas cuando debe vincular a esas personas con la órbita de Aníbal Fernández.
Tampoco logró reconocer dos identikits y ocho fotografías que le exhibieron en el momento y sólo ante una respondió con un vago “me suena mucho”.
En toda su declaración testimonial, Segovia jamás mencionó al pigüense González, a pesar de que era público su trabajo político junto a Aníbal Fernández. Recién lo recordó unos pocos días más tarde, cuando frente a Clarín le adjudicó un rol protagónico que es difícil creer que pudiera haber olvidado antes.
¿Quién es Diego González?- le preguntó Clarín.
Segovia, súbitamente memorioso, recordó que “era la voz y mano derecha de Aníbal. El escribió y me dio la hoja con las indicaciones y las tarifas para conseguir la portación de armas. El articulaba con Aduana, Ezeiza, ANMAT, PSA, Renar y Sedronar. Ahí el hombre clave era (un ex funcionario cuyo nombre Clarín omitió “para no entorpecer la investigación”). Ellos eran los verdaderos dueños del negocio. Si no armabas con ellos te destruían. Aníbal era el organizador y coordinador de ese sistema. No sé si lo hacía en nombre propio o de alguien más arriba, pero él tenía poder de decisión. Eso era cantado”.
A ese párrafo, el redactor de la nota suma un dato, colocado entre paréntesis en medio de la presunta declaración periodística de Segovia. El cronista informa que la aludida hoja con indicaciones y tarifas para conseguir la portación de armas “ya están en el juzgado y Clarín las anticipó en exclusiva el domingo pasado” (sic). El artículo citado se publicó el 10 de septiembre. El domingo anterior a eso, en que Clarín publicó la “primicia”, fue el 4 de ese mes. La declaración judicial de Segovia había sido dos días hábiles antes, y en ningún momento mencionó a González. Es difícil creer que hubiese olvidado por completo un dato tan relevante.
Parecen ser dos personas distintas las que hablan: un Segovia en Clarín y otro mucho más difuso en la Justicia, a pesar de que los magistrados intervinientes le ofrecieron custodia e incluso ingresar en un programa de protección de testigos. Quizá sean dos personas distintas, finalmente: ante Clarín Segovia dijo ser un preso político del kirchnerismo, pero a la Justicia reconoció que “soy responsable de algunas cosas y lo estoy pagando con mi libertad”.
O tal vez sea, simplemente, que Clarín mintió. O compró demasiado a ciegas la declaración que le ofrecía un condenado que sabía lo que querían escuchar. Lo más lamentable, finalmente, es el eco que esas mentiras encontraron en las calles de nuestra ciudad.
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